Artículo publicado en Expansión del 1 de Febrero de 2005
¿Cuál es la principal fortaleza de la empresa familiar? La respuesta es sencilla y clara: su fortaleza reside en la unidad, estabilidad, compromiso y lealtad de sus accionistas, esencia de su condición familiar. Esta unidad no se mantiene en el tiempo si no incidimos en el concepto del accionista voluntario, único que puede comprometerse de verdad, puesto que compromiso libre es una redundancia. Y de esto, de manera lícita, se han dado cuenta muchos asesores y consultores que se vienen interesando por su problemática. Sin embargo, a la sombra de estos, por qué no decirlo, también han aparecido autocalificados “expertos” en la materia que lo utilizan exclusivamente como herramienta de marketing, sin el conocimiento o experiencia que los respalde. Así, han descubierto que el llamado Protocolo Familiar o Pacto de Familia es el instrumento idóneo para convertirse en un miembro más de la familia a efectos de la información inherente a la propiedad. El paso siguiente, tras diversas reuniones individuales y colectivas con los miembros de la familia y los ejecutivos no familiares más relevantes, es proponer un documento con reglas que rijan las relaciones de los propietarios entre sí y con la empresa. Desgraciadamente, en algunos casos el objetivo no es otro que generar una dependencia de la familia respecto al “experto” que le haga insustituible, dotándole de un poder inmenso que no le corresponde y alargando innecesariamente su permanencia en el seno de la familia empresarial, lo que cada vez alimenta más la dependencia de la familia, creándose un círculo vicioso. Como ejemplo de prácticas de dudosa claridad, ahora se quiere añadir la posibilidad de ofrecer a los empresarios llevar al Registro dicho Protocolo para gozar del respaldo legal y de los privilegios que otorgaría la publicidad registral. En nuestra opinión, esto es un disparate. El Protocolo es un proceso que lleva a un documento: es la concreción de un diálogo en buena fe. El documento es el final, no el comienzo: lo importante es el proceso, el diálogo. La familia ha invertido en este proceso, en este diálogo, muchas horas, mucha esperanza y, sobre todo, muchas emociones: sus ilusiones, sus miedos, sus dudas, sus fortalezas y sus debilidades. Este diálogo, para el que se requiere gran valor por parte de todos, es el que el Protocolo ordena y sistematiza, compaginando en fin las legítimas aspiraciones individuales de los miembros de la familia, sus relaciones entre sí y para con la empresa, y las aspiraciones de la familia como unidad colectiva en la propiedad de la empresa familiar. Y ése es el trabajo de cohesión esencial que se debe obtener de un protocolo familiar, tarea que no pueden hacer los consultores o expertos, puesto que el actor principal del Protocolo es la familia. El papel del buen consultor es motivar que los miembros de la familia se expresen sin reservas, ordenar y dirigir el debate hacia objetivos concretos, tratar de evitar acuerdos que sean pan para hoy y hambre para mañana y suavizar, desde su experiencia y conocimientos, los obstáculos que surjan. Entenderán entonces que es contrario a la eficacia del Protocolo que se le dé publicidad alguna, puesto que retraería a los miembros de la familia a la hora de abrirse en cuestiones privadas y propias de cada familia y limitaría enormemente la amplitud de temas que deben tratarse en el mismo. Sin duda, el registro del Protocolo serviría para facilitar su blindaje, restringiría la autonomía de la voluntad de los propietarios, dificultaría su adaptabilidad a los tiempos, limitaría la riqueza de su contenido y de manera muy probable haría crecientemente imprescindibles a consultores y “expertos” añadiendo artificial complejidad (y coste) a tan delicado asunto. En este tema hay que elegir con quién estamos casados: ¿con los empresarios o con los consultores? En AMEF no lo dudamos.
Antonio Barderas Nieto
Director General de la Asociación Madrileña de la Empresa Familiar – AMEF